variopinto

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Desnudos o vestidos


Desnudos o vestidos
Por Tania Hernández
Antes que él llegue, desnudo mis pies. Los lavo, los suavizo con crema, camino por el apartamento, los entreno para el juego. Poco a poco los desconecto del trabajo utilitario y los libero a la sensación. Me concentro en ellos, en cada estímulo que perciben de la alfombra rugosa de la sala, del piso frío del baño, de la madera del corredor.   Damián dice que le gustan mucho mis pies. Con él he ido aprendiendo lo sensible que puede ser la piel que nos sostiene.  Cada punto en ella es capaz de electrizar, de despertar  otros puntos de mi cuerpo. Todos nuestros juegos empiezan por los pies para, ya encendidos, recorrer con la lengua la ruta de ascenso a la oreja y de descenso hasta nuestros centros que se acomodan, se posicionan y se balancean hacia el orgasmo.  A Damián le gustan mis pies desnudos y vestidos.  Los viste con calcetines de nailon,  de algodón, de lana. El calor que provoca cada material es otro, así como el roce con que estimulan cada uno de los vellos del cuerpo.  Los pies, la piel que los cubre, los calcetines que los arropan, se han vuelto tan nuestros, que ya no puedo salir a la calle con sandalias.  Siento como si me estuviera entregando a otros, como si estuviera exhibiendo perversamente mi desnudez. Por eso me enojé tanto cuando Damián  me contó que había conseguido trabajo en una zapatería.  La idea de que estuviera viendo pies ajenos me volvía loco. Son zapatos de mujer, me dijo, y no cualquier zapato, son Loubutin. Nunca he sido mucho de modas, así que me sonaba a chino. Un día llegó con uno de los stilettos para mostrármelos.  Doce centímetros de tacón. Los puso sobre la mesa como ésta fuera un altar. No sé como hizo para conseguir unos de mi talla. Me puso primero unas medias de seda negra, y luego, con mucho cariño y cuidado me los calzó.  Me hicieron daño casi al instante. “El dolor también es una sensación”, me dijo Damián mientras los acariciaba, “una ofrenda al placer del milagro estético”.  A mí me gusta experimentar, probar nuevas cosas, andar nuevos caminos, pero el dolor no es lo mío. Me los quité y se los puse a él.  Calzamos lo mismo. Por más que quiso hacerse el fuerte, él tampoco los aguantó. Fueron las medias de seda las que salvaron la noche. Dejó el trabajo y Loubutin. Ahora, gracias a su nuevo trabajo y a Wolford y Palmers, seguimos probando nuevas texturas.

Perdida

Perdida
Ingrid Sofía Escobar
¡Diablos!
No los encuentro
¡Mamá! ¡Mamá!
¿Has visto mis calcetines rosados?
Casi las seis de la mañana y yo corriendo para ir a la práctica de danza. Como siempre, todo lo hago a última hora.
A tientas, cruzo el pasillo oscuro de mi cuarto, dirigiéndome a la habitación de mi madre.
Justo en el momento que logro tocar su puerta me resbalo.
¡Mierda! ¡Mi pie!
Trato de sostenerme del marco de la puerta, apenas logrando levantar mi cuerpo del suelo. Mi mano logra encontrar el interruptor.
Al encenderse la luz, veo los restos de lo que solía conocer como la habitación de mi madre. Todo estaba destruído. Las gavetas de los muebles abiertas, recuerdos rotos en el piso.
Y sangre.
Y mi madre, atada a la cama.
Muerta.
De puntillas, entro silenciosamente, y tomo los calcetines en una de sus manos.
Le susurro en el oído:
¡Gracias mamá! Sigue durmiendo, no tardaré en regresar.

¡POR JACINTO!


¡POR JACINTO!
Keb Akabal
Por lo general no leo los periódicos, son muy costosos, dos tercios de su publicación están destinados al mercadeo de productos y en cada página informativa repiten sin el menor pudor las palabras: engaño, mentira, manipulación, sesgo.
Desayunaba con Ana, cuando ella salió atender el teléfono. Distraída en mis cosas, sin querer me llamó la atención una publicación en el Diario Liberado. Tomé el periódico con fuerza, busque mis lentes de lectura en el bolso de mano, leí tres veces la nota y empape mi furia en dos sorbos de café.
Mi esposa regresó a la mesa y debió notar mi molestia, solo alcanzó a decirme que si no me sentía bien, aún podía llamar al trabajo y quedarme en casa. Le respondí que la gripe había pasado y que mi cambio de humor se debía a su periódico. La invite a que leyera en voz alta para que ambas entendiéramos con el sonido de su voz las contradicciones en tinta impresas en el papel. Ana leyó primero de forma armoniosa y pausada:
“Ciudad Primavera, once días de julio de dos mil doce. Los integrantes de la Iglesia Vida Nueva en Dios Eterno, filial de la congregación Dios es Amor llaman a los ciudadanos a seguir la campaña ¡Todos por Jacinto!
En reciente entrevista con el reverendo Gabriel Vargas, la comunidad eclesiástica invita a las personas de noble corazón a sumarse en oración y en protesta para lograr la liberación del hermano Jacinto F. detenido la semana pasada por cargos de homicidio en primer grado. Vargas señala que el hermano fue injustamente acusado de asesinar a un homosexual irredento a dos cuadras de su casa, luego de que el occiso le festejara sus ojos azules. Jacinto sostiene que disparó el arma contra el invertido en defensa propia, luego que este intentará corromperlo e incitarlo a pecar. El reverendo Vargas y su comunidad instan a una cadena de oración para librar a nuestra nación del espíritu inmundo de la homosexualidad y a unirse en la justa causa de lograr la excarcelación del hermano”
Las dos nos vimos sorprendidas, ahora los homofóbicos se escudaban en la biblia y en vez de criminales se mostraban como mártires de su causa. ¡Carajo de universo el nuestro!

Los Sabores del Cáncer


LOS SABORES DEL CÁNCER
Keb Akabal
El cáncer me sabe a sopa de pollo. No hay duda.
En diez ocasiones me supo a veneno, en aquellas en las que he intentado asesinar aquello que me esta matando y en aquellos momentos en los que pienso que ya no puedo seguir, como hoy frente a mis resultados médicos que me obligan a probar el sabor veneno otras tres veces más.
A veces su sabor ha sido salado, en aquellos días cuando mis lágrimas caen al sentirme vencida, como aquella mañana cuando me duchaba y mi pelo liso azabache cayó en un solo racimo y mi cabeza quedo tan descubierta como mi alma ante esta adversidad.
Otras tantas lo he probado amargo, en los momentos en los que he tenido que viajar más de doscientos kilómetros para recibir mi tratamiento o vivir la vergüenza de parar todo un autobús, cuando después de mi sesión de quimioterapia he intentado regresar a casa para descansar.
Una sola vez me supo a navidad, aquel triste veinticinco de diciembre en que viví la partida de mi hermana por la misma causa hace dos años atrás y tuve que desprenderme de ella en el mismo lugar donde me despedí de nuestros padres.
Pero en definitiva, el cáncer me sabe a sopa de pollo, porque a pesar de todos esos momentos de un amargo difícil, han sido muchos más en donde me he refugiado con la familia, cuando nos reunimos a planear la estrategia de batalla, a cuestionarnos con un ¿Y ahora que sigue?, cuando vemos el lado amable de nuestras existencias y nos sentamos a tomar una sopa de pollo que fortalece mi cuerpo y que llena mi espíritu con el deseo de seguir con vida.
Dedicado a una mujer valiente, para Consuelo Zapeta, mi amada tía que lleva un año luchando por su vida.

El Helado de Fresas y Muerte


EL HELADO DE FRESAS Y MUERTE
Keb Akabal
Las manos vestidas en sangre de Carlos Hernando fueron unidas con las esposas que lo marcaban como criminal. Caminaba cabizbajo hacia la patrulla cuarenta y cuatro, acompañado por sus pensamientos y por uno de los policías que lo detuvieron. El otro agente interrogaba con afán al único testigo, al heladero, debido a que la soledad era quien gobernaba la plaza sur de aquella pequeña ciudad.
Vinieron juntos – dijo el vendedor - y se sentaron en la banca más retirada, llamada la consentida, porque las parejas enamoradas la prefieren por el manto de oscuridad que aquel encino proyecta sobre ella. El se me acercó, solicitó dos helados, un cono de fresa para ella y uno de ron con pasas para él. Me extrañó que manipulara uno de los helados, sospeche que le había introducido algo pero también supuse que le era difícil llevarlos en sus manos. Por momentos, mientras reían, se abrazaban como cualquier pareja, los observé durante un tiempo, arrancándome el pecho dos o tres suspiros por mi novia ausente, pero seguí mi camino, olvidándolos cuando empecé a atender a los niños que salían de su escuela para devorarse mis helados. Media hora después regrese a la plaza ya desocupado de mis quehaceres, pensé en el romance de aquellos muchachos y curioso los busqué en la consentida. Quedé horrorizado cuando vi que él le cortaba la garganta repetidas veces sin remordimiento alguno. Fue entonces cuando abandoné mi carreta y corrí a llamarlos.
El oficial terminó el parte policiaco, le pidió sus datos personales al heladero y lo despidió, se acercó a la escena del crimen para recoger la navaja asesina que nadaba entre cadáveres de conos, helado de pasas, fresa y algo de sangre. Algunos minutos después, el cuerpo era sacado del parque por los paramédicos y el asesino abandonaba su alegre vida para cambiarla por otra carente de amor,
esperanza y libertad. Su rostro pálido tenía las marcas de las últimas gotas de sangre de su amada. Gruesas lágrimas rodaban por su cara, estaba seguro que nadie le creería lo que había pasado, aún más, cuando entre el calor del romance había tomado varias veces entre sus manos el suave cuello de Alejandra, dejando impresas las huellas de amor que algún forense despistado confundiría como las marcas del asesino. Visitaban ese día la plaza donde había conocido años atrás a su amada, iba decidido a proponerle matrimonio. Ocurrente, ocultó el objeto del compromiso en el helado, pero entre el juego de caricias y confesiones de amor, ella se tragó por descuido el anillo de cinco mil quetzales y la gema en forma de estrella, llena de picos, se incrustó en su garganta y ningún esfuerzo pudo evitar su asfixia y muerte. El se asustó y no supo cómo enfrentar la situación, el miedo se regó por su cuerpo y la adrenalina bloqueó su pensamiento, se sintió culpable de aquella burda muerte y sin pensarlo, sacó su navaja, abriéndole varias veces la garganta para sacar de ahí el preciado aro.
El pobre muchacho había perdido aquel día a su novia y su libertad, en su delirio de muerte no quiso perder el dinero invertido en aquel fatídico anillo, supo que lo necesitaría para pagar los servicios de un abogado

Helado


Helado
Por Tania Hernández

Llego tarde al café. Estás sentado en una de las sillas de afuera. Me saludas señalándome el reloj. Me disculpo dándote un beso en la mejilla y cuidando que, al retirarme, tengas una  visión profunda de mi escote. Funciona. La imagen de mis senos apenas cubiertos por mi blusa de tirantes, ha trasladado el discurso y el reclamo a lugares secundarios de tu mente. Me regalas una sonrisa tan hermosa, que en lugar de helado, quisiera comerme tu boca. Me siento y llamo al mesero. Un helado de chocolate y mango, por favor. Te pregunto cómo te fue en el trabajo. Me cuentas algo de proyectos y reuniones, y yo apenas te escucho mientras libero mi pie de la sandalia, y - qué bueno, tienes un pantalón amplio y oscuro y qué bien que se les ocurrió poner mantel - mi pie acaricia  el cierre de tu pantalón. Tartamudeas un poco, carraspeas, te sonrojas, te ves tan dulce mi amor. Dejas de hablar, y yo dejo de acariciarte, y te cuento un poco de mi día, del nuevo compañero que entró hoy a trabajar, - qué lástima, no te pones celoso – y llega mi helado, y siento ahora tu pie que explora mi pie, y mi pantorrilla y levanta la falda que me llega a la rodilla, y sigue subiendo y – maldición – se me cae el helado sobre el escote, mango sobre mi pecho, tú sonríes y - ya sé que te gustan mis pechos -  te digo que esperemos, que comamos en paz, pero de de prisa, me  limpio el escote, respiro profundo, y ahora sí, hablamos del día, del clima, del fútbol, de la madre y el padre que los parió. Ya no estamos alerta, ya el helado está rico, pero no quita el calor.
Pides la cuenta. De forma muy teatral dejo que caiga el último poco de helado sobre mi pecho, cuidando que en su camino derritiéndose no manche mi blusa. Te digo que iré al baño a quitármelo. Tú asientes, cómplice. Desde el pasillo veo como te levantas, vas hacia el mesero que se estaba tardando con la cuenta, pagas, y te diriges hacia los baños del café. Aquí adentro esta más fresco y un poco oscuro. No esperas mucho y lames el helado que aún cubre mis senos y se adentra por el sostén - menos mal un sostén negro – y mientras tu lengua va sobre mis pechos, tu mano va ya bajo mi falda, entre mis piernas – ayyyy – veo que hay otra persona que viene en nuestra dirección, te aparto y ahora sí, entro al baño, - ufff qué calor – el agua fría de la toalla de papel se evapora instantáneamente sobre mi piel.
Salgo y veo que has comprado medio litro de helado de mango para llevar. Tienes las llaves del auto en la mano. Saco mi llavero, te miro a los ojos, paso cortamente, sugestiva, la lengua por la llave de mi apartamento, te tomo de la mano y salimos en dirección al estacionamiento.

Del helado Grunge

Del Helado Grunge
Carolina Pineda
 
Mr. Cool /heladero de profesión / elaboró un fórmula a la que llamó grunge/  al consumirse enervaba el cerebro de tal manera que causaba sensaciones difusas que erizaba hasta los pelos de la cabeza//hoy a primera hora de la mañana  en el interior de su fábrica fue encontrado muerto sobre un charco de helado grunge /se había volado los sesos con una escopeta Remington//

Las penas con pan son buenas

Las penas con pan son buenas

por Tania Hernández

A Don José de la Riva y Vidaure le gusta catar penas ajenas. Tiene algo de tranquilizador. Las ve, las compara con las suyas que, en comparación, son chiquititas, las unta sobre un pan, se las lleva a la boca, las saborea, las mastica y luego las tira. Desde muy pequeño aprendió que si se mordisquean, o peor aún, si se las traga, emanan una sustancia extraña que hacen que después se suela pasar varios días con mal sabor de boca y unas ganas extrañas de llorar. 

NO SE ACEPTAN DEVOLUCIONES


NO SE ACEPTAN DEVOLUCIONES
Olga Contreras

-Disculpe...quiero devolver un sueño.
- ¿La razón?, preguntó sin siquiera quitar la mirada de la maraña de papeles apilados en su escritorio
- Me lo destrozaron
-¿Se lo destrozó alguien más o usted lo arruinó? -su tono indiferente y burócrata me hizo querer agarrarlo del cogote ahí mismo.  
- ¡NO! primero me lo arrancaron, luego lo mancillaron, lo descuartizaron y no quedó nada más que nostalgia por lo que nunca fue. 
- Ajá- me dijo mientras tomaba nota de mi dolor en una vieja máquina de escribir. Entonces, ¿quiere poner una denuncia en contra de alguien en particular o simplemente denunciar el hecho para que quede constancia en su récord?
- No, ya le dije que quiero devolverlo, completito, con todos sus accesorios y partes.
- Mire –se bajó los lentes como para verme mejor-  no sé si usted sabe o no, bueno…obviamente no,  pero los sueños no tienen devolución.
- ¿Cómo que no? ¿Desde cuándo?
- Desde siempre, desde que se crearon los sueños, no se pueden devolver. Los sueños están hechos de un material que no se deshace, de hecho son inquebrantables como el Universo.
-¿Y entonces qué hago? Mi corazón clama justicia, mi alma está fragmentada y usted sentadote ahí me dice tan tranquilo que no se puede devolver.
-No se aceptan devoluciones, pero sí le puedo dar un cambio.
-¿un cambio de sueño? ¿Y cómo puedo cambiar un sueño por otro?
-Es lo más fácil del mundo. Sonrió con serenidad. Al sellar mi expediente, el eco se oyó por toda la oficina. Una inmensa paz me abrazó mientras lo oí gritar ¿Quién sigue? 

Del Dulce Escondido

Del Dulce Escondido
 por Carolina Pineda

 
en el jardín de la pobreza
día oscuro y eterno
 
caín y abel juegan a encontrar el dulce de  la vida eterna que dios escondió entre las  ramas de un árbol seco.
tras una larga jornada de búsqueda, caín lo encuentra y justo en el momento de saborearlo antes de meterlo a su boca, abel le corta el cuello con una rama seca y puntiaguda. 
el dulce cae al suelo
abel lo recoge 
 rápidamente lo mete a su boca, pero como le pareció insípido lo aderezó con unas gotas de sangre que brotaban del cuello de caín.

sentiste miedo...

Sentiste Miedo
por Patricia Cortez.
Ella se sentó a llorar, era la primera vez que la veía tan delicada y fragil, casi pude olvidar que medía un metro con ochenta y pesaba cerca de doscientas libras, era una amazona, enorme, musculosa, y yo me sentía un poco inferior al verla trotar por la calle, no se veía gorda a pesar del peso, era toda una estatua esculpida a puro ejercicio.
Verla sentada a la orilla del camino llorando no era agradable, o sea, ¿como te apoyas en el regazo a una mujer de ese tamaño? ¿cómo le ofreces un pañuelo rosa? ¿cómo levantas su rostro hacia el tuyo y la besas en los labios...?
Pero se veía pequeña y frágil, sus hombros se movían en espasmos a medida que sacaba aquel llanto aprisionado, sus manos se crispaban y yo no sabía que hacer.
Me sentía mas pequeño que de costumbre al lado de ella, bueno, mi baja estatura siempre me complicó la vida, pero allí, al lado de ella de pronto me sentí gigante y me agaché a besarla sentada en la banqueta, casi en la oscuridad.
Un rato más tarde se levantó con una sonrisa extraña y caminamos por la calle hacia su casa, había que cruzar un sendero oscuro, atrás de unas casas viejas por en medio del cafetal de la antigua hacienda, una de las cosas que me encantan de esta ciudad es eso, su falsa ruralidad, un día, desde un edificio, visualicé un sembradío de plátanos en medio de dos edificios enormes.
nos metimos por el sendero y la tomé de la mano, me lleva una cabeza y por un fugáz momento me sentí como su hijo y no como su probable pareja, ella sonrió y me miró con ternura.
En la puerta de su casa, metida entre el cafetal, quise volver a besarla, pero parecía que la magia ya se había desvanecido, vi hacia el suelo y me asustó el tamaño de sus zapatos, pensé que no podía tomarla de la cintura y volver a besarla, así que me empiné para darle un leve beso en la mejilla y regresé por el sendero hacia mi casa.
Unos metros más adelante me agaché y recogí un pedazo de algo muy blanco, instintivamente me lo llevé a la bolsa y me fuí.
Al día siguiente seguía con el objeto en la bolsa, lo puse sobre la mesa en la universidad cuando llegó Miguel, con sus habituales prisas de estudiante de medicina "¡púchica vos! ¿de donde sacaste eso?", le respondí que lo había encontrado tirado en un camino, "¿en serio? sería de investigar bien vos, es uno de los huesos pequeños de la mano, si no me equivoco es un escafoides y es definitivamente humano, ha de ser una fosa clandestina".
Un frío extraño me recorrió toda la espalda, Entonces recordé por qué lloraba ella y me alegré de no haberme quedado a cenar...

El Habitante


El Habitante
 por Ingrid Sofía Escobar
Unos minutos más y todo habrá terminado.
Tengo que quitarme esa imagen de la cabeza, la sensación asquerosa de él tocando mi cuerpo, saboreando cada gota de sudor y temor de mi rostro.
Ya no más.
Ya no más estúpidas decisiones.
Ya no más ese miedo infernal cada noche, en mi cama.
Ya nunca más veré esos ojos rojos controlando mis movimientos y pensamientos. Encerrada me tuvieron por meses, sin poder comer ni beber nada. Puedo ver en mis muñecas y tobillos las cicatrices de las sogas que me ataban, los resultados de una batalla sin fin que hasta hoy llegará a su final.
Rápido, este es único momento que me queda.
En las últimas semanas tuve una gran mejoría, por primera vez logré escapar de sus garras y hablar con mi madre.
“Estoy bien mamá, estaré bien”
Fue lo único que pude articular antes que él tomara el control y se adueñara de mi cabeza. Cuando eso pasa sólo siento dolor, trato de gritar, pero lo único que puedo hacer es ver como mis extremidades se doblan de tal manera de hasta casi romper mi huesos. Mi voz no suena como realmente es, mi voz es su voz y no importa en qué idioma hable le entiendo sus más íntimos pensamientos.
Aún con todo esto pasando, me encuentro sentada en la orilla de la cama.
Analizando mi siguiente movida.
“¡Levántate! ¡Nos vamos!”
“‘¡NO! ¡MAMÁ! ¡AYÚDAME POR FAVOR!”
En contra de mi voluntad me levanto hacia la puerta del sótano y salgo de la casa.
“¿En verdad pensabas en suicidarte? … Creeme, esto es sólo el comienzo”
Arrastrándome hacia el medio de la calle, en menos de tres segundos vi como un carro me atropelló.

El viaje


El viaje
Por Tania Hernández

Yo les pedí un huevo y me lo trajeron revuelto con jamón y queso. Dijeron que en mi “última cena” no me iban a dejar comer huevo crudo y se rieron de mí. Yo lo quería para saber si estaba libre del mal de ojo y de cualquier otra mala vibra, ver si podía despedirme de este planeta con la tranquilidad de que no dejo a nadie deseándome el mal. Pero eso no se los iba a decir. Ya sé que es un ritual absurdo, más aún es esta situación, pero que querés. Lo de la abuela se convirtió en maña y ya no me la puedo quitar. Pero no me iba a comer un huevo crudo. Hay que ver que aquí a los “hispanics” nos creen capaces de todo. De todo lo malo, se entiende. En fin, que no me comí el huevo. Ni vos ni yo soportamos los huevos revueltos desde aquel día en que la abuela nos obligó a comer unos casi podridos mientras nos miraba rabiosa con el chicote en la mano. Qué carácter tenía la abuela. Dicen que yo lo heredé y que por eso estoy aquí. Pero no te creás. A pesar de todo tengo miedo. Los viajes son siempre algo extraño, porque uno va hacia algún lado, pero se aleja de otro. Y esta vez más.

Hermanita, no quiero que te preocupes. Mañana mismo ya seré un punto en el firmamento y si vos te concentrás mucho, tal vez hasta logres verme en una noche despejada. Vos heredaste los dotes de hechicera de la abuela. Y lo bonita. Ve pues, ya me puse nostálgico. Pero no voy a llorar porque después, con el traje espacial se acumula mucho la humedad. 

Bueno, me voy, pero antes ... ya sé que ninguno de nosotros es creyente, pero solo por esta vez te quería pedir que reces por nosotros. Reza lo que sea y a quien sea, no importa. Te prometo que te mandaré saludos, cada vez que hablemos a Tierra. Espérame. A diferencia de papá, vas a ver que yo sí vuelvo.  Está escrito en las estrellas. Y si no, lo escribiré yo.

Fabergé...

Fabergé
por Patricia Cortez.

"el último huevo que hizo para la familia real era de plomo", cerré el libro, ese dato histórico ya me lo sabía de memoria, cuando la familia real ya no reinaba, les hizo un último regalo, pero no era plomo, sino acero, como una olla moderna, de acero inoxidable...igual, la leyenda vale mas que la historia aunque lo diga de otra manera wikipedia y pensar en un huevo de plomo enorme, pesado y peligroso (por lo de los envenenamientos) me fascinó aún más que el otro documento que tenía entre manos.
En ese se decía que el huevo de plomo, era un recordatorio para el momento en que la familia real estuviera en USA, sería el momento en que su reino se restablecería y una señal mundial, un secreto mecanismo haría que se licuara el plomo y se revelara la pequeña joya que contenía, y que había sido escondida en ese, aparentemente sin valor, adminiculo regalado a la reina.
Yo había gozado con la leyenda de la última princesa Anastasia y su muerte pobre, con el falo de Rasputín en formol (inmensa herramienta) y con otras cosas más extrañas que me atraían de la malograda familia real.
Pero esta historia inverosímil me parecía el colmo, aún así seguí leyendo "el huevo se volverá líquido una vez que venus pase frente al sol".
Me reí fuertemente, se suponía que este día venus pasa frente al sol y bueno, ¿donde está el huevo? a nadie le interesa y no es una noticia importante.
A las 11 A.M. me llamaron para darme otra noticia "parece que Bradbury no pasa la noche", la gente me conoce por mis aficiones: Bradbury y Fabergé, así que entendí la broma del amigo de la nota y me fui a trabajar.
Todo lo demás se dio muy rápido en esta era informática, alguien me llamó para contarme que un huevo de los reconocidos como hecho por Fabergé se estaba derritiendo...estaba en un museo o casa privada y de pronto se comenzó a volver líquido, como licuándose, al final, las decoraciones (esmalte, flores de metal y otros) se encontraron flotando en un líquido viscoso y mal oliente.
Aunque en un segundo recibí 20 tweets sobre esto, la noticia fue acallada inmediatamente por otros que dijeron que era una mala imitación de chocolate y que no valía la pena hacer conjeturas.
Hoy por la mañana me llamaron para contarme de la muerte de Bradbury, otro que se llevó Venus, y la persona me dijo " te iba a llamar ayer, por lo del revuelo de los huevos, pero me arrepentí, ¿sabés que alguien en la red dice que entre el metal derretido encontraron una memoria USB?, la verdad no era posible que fuera de la época de los zares y menos que Fabergé pudiera haberla escondido allí, las cosas que inventa la gente".
Colgué y revisé mi correo, allí estaba de nuevo mi anónimo informador, esta vez asegurando del viaje en el tiempo que habría hecho Rasputín para salvar sus cosas, antes de la deblacle...
me senté a leer, como a cualquiera, me encanta cada vez que aparece una nueva teoría de conspiración.

Valium


VALIUM
Por Olga Contreras
Amor imposible, el nuestro. Cuando él quería, yo no podía; cuando él no podía, yo ansiaba. Sus lazos y mis cadenas, su pasado, mi futuro, nuestro presente hipotecado: todo, pero todo se amurallaba separándonos y confinándonos en un limbo amoroso. Y la única certeza era que nos amábamos, pero el tiempo y el espacio y saber qué ángeles desamorados se confabulaban para evitar los encuentros. La única que no nos negaba una esquinita para vernos como queríamos era la noche. Así que comenzamos a vernos en el más íntimo mundo de los sueños.
Al principio yo soñaba por mi lado y él por el suyo, pero como el buen sexo, todo se fue sincronizando con la práctica, hasta el punto que conversábamos por horas, nos amábamos con más intensidad que en la triste realidad y comenzamos a tener nuestro mundito privado, con nuestros muebles, costumbres, recetas y todo lo demás que de a poquito íbamos llevando. Pasaron años en la más completa felicidad dormida.
Cuando él murió, la soledad me ganó y pasaron meses sin poderlo soñar, ni aún despierta. Veía sus fotos hasta que se me gastaban los ojos y los recuerdos se me nublaban. Una buena noche, volvió. Venía algo cansado de tanto buscarme y me reclamó por no haberlo soñado pues al no hacerlo su alma no me encontraba. Y volvimos a lo nuestro con la misma pasión y entrega de siempre. A veces se presentaba un molesto insomnio que dilataba las citas, pero para eso existía el Valium. 

cuentos de ropa


100% Algodón y Olvido


100% Algodón y Olvido
Por Olga Contreras

100% algodón estampado con serigrafía, nada especial, una blusa sencilla. Por eso es que a ella misma le extrañó su reacción tan violenta cuando le cayó encima aquella copa de vino tinto. Como si abrieran una compuerta de golpe, así llegaron a su mente los recuerdos: agolpados, torrenciales, desordenados, rebelándose a su encierro forzoso, volviendo a aparecer en su vida sin anunciarse, sin haber sido solicitados. Recordó palabras susurradas, caricias regaladas, promesas cumplidas, juramentos rotos, todo aderezado con latidos a paso doble, sabor a canela, olor a mar y río y aquel color azul matizando cada uno de los detalles que vinieron a sacarla de su amnesia selectiva.  
Con la misma desesperación de aquella pasión malograda, enjuagó la blusa una  vez tras otra, con jabón, con sal, con vinagre, con todo lo que le recomendaran. No podía pensar que una mancha tal maculara su nostalgia.
Mientras la lavaba, lloraba. Se fijó como las lágrimas iban haciendo la labor limpiadora que los más finos detergentes no pudieron. Y con cada gota un recuerdo menos, una punzada que se iba, un dolor que se calmaba, un fuego que –así como había llegado- se iba de regreso a la esquinita derecha del lóbulo frontal. Gota a gota, vio desaparecer fragmentos de su propia vida, de aquel amor de cuerpo perfecto; de la sonrisa tatuada en su alma por dos años y del descubrimiento que la cambió en una mueca de dolor por otros dos años más,  de su decisión, de la dolorosa despedida donde se dejó el corazón usando una sencilla blusa 100% algodón. 

Cuentos de Lluvia


Doña Luz


Doña Luz
Por Tania Hernández

A veces hay que dejar que la lluvia cubra la isla, que la inunde. Con esa frase me explicó  Doña Luz los ojos rojos e hinchandos que tenía ese día. Había llorado mucho y apenas escampaba cuando me abrío la puerta. Me invitó a pasar a la sala, para que pudiera esperar a Eliseo. Siempre llegaba tarde de los entrenos, y más en épocas de campeonato. Yo me senté en el sofá, ella trajo té para las dos y me empezó a platicar. Se había pasado toda la noche anterior leyendo las cartas que tenía en su caja de recuerdos. Había tenido varios amantes. No me contó cuantos, pero sí que los tenía ordenados en paquetitos, cada uno conteniendo, aparte de las cartas, fotos, dibujos en servilletas, tarjetas de cumpleaños y tickets de entrada al cine, al teatro y a conciertos. Lo único que no guardaba eran invitaciones a las bodas. Sí, me dijo rabiando, hay algunos que se atrevieron a invitarme a sus bodas. Yo también me casé, siguió contándome, pero una sola vez. Después de tener a la mamá de Eliseo me di cuenta que no estaba hecha para estar en familia. Aguanté dos años y luego me fui. Mi hija todavía no me lo perdona. Regresé cuando ella tenía trece y su papá había muerto. Nunca nos llevamos demasiado bien. A los dieciocho ella se fue a vivir con el papá de Eliseo, y yo volví a ser libre. No se crea, no han sido tantos, me dijo como disculpándose. A mí me gustan las historias largas, prosiguió, siempre y cuando no tengan pretensión de eternidad. Tal vez la miré con ojos preocupados, porque me dijo, no se preocupe, me parece que Eliseo no heredó mi soltura. Él salió a la madre. Tanto se parecen que se pelearon y por eso él se vino a vivir conmigo. Yo acepté porque me cae muy bien el muchacho. Es muy dulce, como usted ya sabe. Pero ya me empieza a ahogar. No puedo salir con libertad, porque siento que tengo que darle el ejemplo. Tal vez quiero intentar ser con él la madre que no fui para mi hija, pero me temo que no se va a poder. Ya hasta siento que la piel se me agrieta porque me estoy quedando seca de historias. Hace rato que nadie me toca. Por eso me puse a leer las cartas ayer, a ver las fotos. A tristear por lo que fue y por lo que no fue. No quiero olvidarme de que este cuerpo sirvió para algo más que para los achaques y las medicinas. Tenía que llorar para humedecerme por dentro. Quiero inundarme de nostalgia para recordar que vivo. Se levantó para traer la caja que guardaba bajo llave en su closet. Agradecí que entonces llegara Eliseo y la conversación acabara. No quería darle rostros ni letras a las historias de Doña Luz. Ellos no me interesaban. Me interesaba ella. Al mes de esa conversación corté con Eliseo. Él quería una relación para siempre y a mí me gusta ser libre. Poco después Eliseo volvió a vivir en casa de su madre. A veces Doña Luz y yo nos tomamo un té en la terraza de su casa, nos contamos nuestras historias y nos reímos cuando algún día, por casualidad, coincidimos en la lluvia y los ojos rojos. Ya me compré mi propia caja de recuerdos. Yo también soy una isla. 

Fátima


Fátima
por Marilinda Guerrero
Fátima utilizó jabón de ajonjolí con unas pizcas de pimienta como exfoliante para las  células muertas. Utilizó un shampoo de romero con hojas de orégano para el brillo del pelo. Se secó y colocó loción refrescante en su cuerpo. Volteó al suelo y observó su silueta iluminada por el arcoíris dibujado en la ventana.  Sus poros abiertos, piel morena, piernas contorneadas y busto delineado. Fátima se dio cuenta de lo hermosa que era. Se peinó el pelo. Paseó un par de veces en el apartamento desnuda, exhibía  su anatomía a las sillas y cojines, los cuales quedaron boquiabiertos al verla. Se observó al espejo y notó como su reflejo la deseaba. Ese día ella iba a salir. No le importó la lluvia. Se colocó el vestido azul con flores blancas, combinado con el collar y aretes rojos que mejor resaltaban el rosa carmín de sus labios. Fátima se pintó las uñas, de color rojo. Se maquilló y repasó la sonrisa que le daría a su novio cuando se vieran. Tomó el bolso color amarillo y colocó un perfume pequeño, su billetera, espejo y maquillaje ligero por si lo necesitaba. Tomó un paraguas que combinara con su atuendo. Salió contoneando sus caderas, embruteciendo a todos los que pasaban cerca de ella. Caminó unas cuantas cuadras, cinco a la derecha, dos a la izquierda. Paró frente al semáforo y se peinó las mechas de cabello que cubrían sus ojos. En todo el camino dejaba el olor de su perfume mezclado con la humedad del día. Llegó al punto de reunión. Entró al restaurante, sonrió al mesero Tengo una reservación a nombre de Fátima. El mesero la llevó a la mesa donde estaba ya esperándola su novio, el cual estaba en ese momento hablando por teléfono. Fátima se sentó, esperó que terminara su novio la conversación. Mientras tanto, realizó un reconocimiento del restaurante. Varios hombres la observaban y ella se sentía bella, muy bella. Terminó de hablar el novio. Ella sonrió y el, muy serio. ¿Fátima qué es ese trapo que te pusiste encima? ¡Está lloviendo por el amor de Dios!  ¿ y ese maquillaje de prostituta que llevas puesto? ¿no crees que me dá vergüenza andar con una novia que parezca pura puta barata? Fátima bajó la mirada. Te ordeno que vayas al baño y mínimo te quités ese maquillaje tan mierda que te pusiste. Lo siento, murmuró bajo Fátima. Se levantó. Fue al baño. Su paso había cambiado, sus pies tropezaban con todo, su espalda se encorvó, sus caderas se achicaron, la nariz le creció, el busto desapareció y al verse al espejo Fátima soltó una lágrima mientras se desmaquillaba para su novio. Esa tarde una tormenta azotó con fuerza en aquella región.